Si un día me vieras muy quieta, callada,
si en mis ojos no hallas ni paz ni sosiego,
piensa que mi espíritu inquieto, andariego,
busca en ese instante la paz tan soñada.

No me hables, no rompas la quietud del alma,
adivina mi ser consumido en el fuego
del no saber si quiero o si no quiero,
si estoy en este mundo, si ya encontré la calma.

¿Eres acaso la prisión donde estoy encadenada
sufriendo la más cruel y lacerante tortura,
de este ensueño que rompe la cordura,

que lastima mi pecho, que a mi alma la ciega?
¿Eres la pasión que desborda y acaba?
No, ahora sé, eres sólo un puñado de inefable ternura.


Autora: María del Carmen Reyes -Madelca-
(Junio 2003)







                         

















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