Gracias a ti
mi orfandad puedo combatir,
mi triste caminar,
mi solitaria compañía,
han sido para mí
el calvario de mi existir.

Que a golpes y compases,
de desengaños é ingratitudes,
marcaron mis vivencias y mis años.

Ahora, de tanto suspirar,
se me ha secado el alma
y le pediré a Dios
que condene a quien lo mereció,
porque no puedo yo.

Todo se me ha hecho oscuro
y el cielo encima me cayó.

Solo me queda tu aliento
y mis lágrimas,
que recorriendo los senderos de mi rostro,
humedecen mis secos sentimientos
y sin despedirse de mí,
marchitó mi alegría.

Autor: Manuel González Padrón

















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