Historias y Cuentos








Hacía bochorno ese día. La punta oeste de la playa estaba ocupada por los turistas que llegados el fin de semana se acomodaban en las hamacas verdes y blancas que el hotel ponía a su disposición. Apenas se movían intentando absorber los rayos de sol que transformaría su piel, ahora blanquecina en un moreno dorado que lucirían a su vuelta a la ciudad. Algunos hojeaban un libro o una revista y otros, indolentes contemplaban los veleros fondeados en la bahia, porque el mar estaba en calma sin que la mas pequeña brisa moviera el oleaje. Los surfistas sentados en la arena oteaban el horizonte esperando el menor atisbo de viento para cabalgar sobre las olas en sus tablas de colorines. Si apretaba el calor se levantaban y con paso cansino se acercaban al agua para darse un chapuzón que los mantendría frescos durante unos minutos. Cerca del espigón los mas jóvenes jugaban a voleybol ante la espectación de un grupo infantil que jaleaban las jugadas.

Hacia el este la playa se prolongaba circundando la bahía.Desaparecían los hoteles y las torres de apartamentos y aparecía una extensión de arena fina y dorada rodeada por las dunas que el viento formaba,cubiertas por lentiscos y jaras.Era una playa casi salvaje solamente hollada por algún pescador que esperaba pacientemente fumando un cigarrillo que alguna mojarra o lisa picara el cebo de su caña.

Pero principalmente la playa era el hábitat de los charrancitos, vuelvepiedras,chorlitejos y gaviotas que paseaban por la orilla dejando un entramado de huellas parecido a un velo de encaje. De vez en cuando remontaban el vuelo y planeaban sobre el mar extendiendo sus alas sobre la sabana de sal. Luego caían en picado sobre la espuma de las olas dejando oir sus chillidos que se superponían al rumor del oleaje.

Tan sólo competían en el espacio con los panderos. Grandes cometas de mil formas y colores revoloteaban por el aire poniendo una nota alegre en el cielo. No eran como los de antaño, cuando los niños los hacían con sus propias manos. Sólo necesitaban dos cañas y papel de colores. Luego añadían una cola con retazos de tela. El aire los elevaba y los hacia girar a su compás ondulándose como una bailarina oriental. Hoy eran más sofísticados y vistosos de nuevas fibras que los hacía leves y airosos y adoptar mil formas diferentes, un pájaro, una estrella, cada uno de ellos más bello que el otro pero habían perdido su inocencia infantil y hoy los manejaban adultos que competían entre ellos.

Pero la niña del bañador azul no se fijaba ni en las gaviotas, ni en los panderos ni en los turistas. Inclinada sobre las rocas buscaba conchas que luego alineaba cuidadosamente sobre el suelo. Escogia de ellas y las introducía en un cubo de plástico amarillo con dibujos de peces rojos. El hombreque deambulaba cerca buscando cangrejos y muergos la contempló durante un rato mientras ella examinaba arrobada su tesoro.

-¿Qué estás haciendo? preguntó. Ella alzó sus ojos verdes de mar y contestó muy seria: -Recojo conchas. -Eso ya lo veo -dijo él- pero, ¿para qué? -Voy a ser la Reina de las Aguas en la función del colegio y mi mamá me va a hacer una corona como la de las sirenas, pero tiene que ser más bonita porque la Reina es mas importante. Por eso sólo escojo las de nacar doradas.

El hombre se quedó un rato hurgando entre las rocas mientras pensaba con ternura que en verdad sería una hermosa reina con sus cabellos cobrizos envueltos en conchas de oro. Poco después se despidió de la niña y caminó despacio hacia el espigón.Apenas hubo andado unos pasos cuando, sin previo aviso, saltó el Levante, un viento que llega del interior de Africa, racheado y caliente que asombra no sólo por su fuerza sino también por su persistencia. En pocos segundos unos enormes remolinos de arena y salitre erizaron la superficie del agua y pusieron en movimiento hamacas y sombrillas que revoloteban en círculos a lo largo de la playa El mar irritado por el brusco despertar de su letargo levantó inmensas olas que se erguían soberbias y luego se estrellaban contra las rocas desgranándose en una estela de espuma blanca que se extendía por la orilla.

Los turistas apresuradamente recogieron sus toallas, esterillas y bolsos y se encaminaron hacia el paseo marítimo buscando un cobijo donde resguardarse del viento y de la arena. El hombre decidió hacer lo mísmo, pero el viento le llevó retazos de gritos y frases sueltas y percibió una gran agitación entre los bañistas.

¡Ha sido un golpe de viento! ¡Se ha estrellado contra las rocas! ¡Pobrecilla! ¡Sólo es una niña! ¡Ya la traen!

Miró hacía la escollera. Dos socorristas llevaban en sus brazos el cuerpo inerte de la pequeña. La sangre se confundía con su pelo rojo y las manos caían lacias a lo largo de su cuerpo.

Abandonadas sobre las rocas, brillaban al sol las conchas de nácar.



Facilitado por su Autora: María González










 Creación y Diseño:  Brisa