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La perla magica



Salim era casi un niño, su padre al morir le había dejado, como única herencia, una pobre barquichuela, con la que, el buen hombre, se había ganado su mísero sustento.

Considerando ya a su padre, en el Nirvana, prometido por Alá, a sus creyentes, Salim se dispuso, pese a su corta edad, a enfrentarse valientemente con la vida. Cargó la red, tensó la vela y se hizo a la mar.

Afortunadamente había acompañado varias veces a su padre en la barca para ayudarle, y ahora gracias a ello sabía muy bien cómo manejarla. Llegó al lugar donde, le pareció recordar, pescaba su padre y, echando el ancla primero, tiró la red y esperó, ingenuamente, a que los peces se metieran en ella.

La espera duró todo el día, al final del cual no había pescado ni un triste pez, completamente descorazonado, volvió a puerto.

Una vez terminada la cena se dijo:

-Bueno, mañana será otro día, seguro que Alá me llenará la red de sabrosos peces.

Y sintiéndose más reconfortado con este pensamiento, al fin se durmió.

El sol saliente encontró al animoso muchacho navegando, ansioso de llenar sus redes, pero fueron transcurriendo las horas y... ¡nada! pasó exactamente igual que el día anterior; así que, habiendo anochecido ya, regresó a puerto, sin un solo pez.

Pasaron dos días más con la misma mala suerte, y al final del segundo día, un pescador le dijo:

-Esto te pasa por pescar en estas aguas; has de ir más al Este, porque éstas son las aguas de la "Gran Ostra Gigante", que se come o auyenta a todos los peces de los alrededores.

Salim tomó buena nota del consejo y a la mañana siguiente, cuando ya se disponía a poner rumbo hacia el Este, le fue imposible conseguirlo, el viento le impulsaba, contra su voluntad, hacia las aguas de la Gran Ostra Gigante. Llegó incluso a arriar la vela, pero todo fue inútil, pues era entonces el oleaje quien le llevaba hacia las aguas antes citadas. Pensó que tal vez sería la voluntad de Alá y por lo tanto un signo de buena suerte, así que se dejó llevar, a lo mejor... hoy sí que lograría llenar sus redes, ¡Y bien que lo necesitaba! porque ya no le quedaba nada que comer.

Impulsado por las olas, llegó al sitio de siempre e ilusionado por una extraña sensación, lanzó la red al agua.

Transcurrieron muchas horas, cuando ya empezaba a desesperar, en uno de los frecuentes tirones que daba a la red para averiguar si en ésta había algo de peso, le pareció notar que sí, que algo pesado había en ella.

"Desde luego no puede tratarse de muchos peces. El peso es poco, pero algo es algo, por lo menos esta noche cenaré bien"

pensó Salim. Entusiasmado, comenzó a tirar de la red, pero... ¡Oh, desilusión! allí no había ningún pescado, ¡otra vez vacía!, ¡no, vacía no! ¡algo brillaba entre las mallas! Salim terminó de sacar la red del agua y una vez recogida en la barca... tomó entre sus manos esa cosa brillante, que, vista de cerca, no resultó ser tan reluciente como le pareció al principio; se trataba de una vieja y medio oxidada lámpara antigua.

Lleno de rabia, a punto estuvo de echarla por la borda, pero algo le hizo desistir, pensativo se dijo:

-¿Y si se tratara de una lámpara igual que la de Aladino? ¿qué pierdo con probar...?

El pequeño pescador empezó a secar la lámpara. Una vez la tuvo bien seca, pasó tres veces la mano por encima, diciendo:

-¡Oh, lámpara!, si de verdad tienes un genio dentro, haz que éste me llene las redes de peces, ¡no pido más!

De pronto, un humo azulado empezó a brotar de la lámpara, Salim, tragó saliva y un poco temeroso, empezó a convencerse de que sí que se trataba de un genio. El humo se separó en volutas, éstas, a su vez, dibujaron unas letras, las cuales, lentamente, se fueron uniendo en el aire formando un mensaje, Salim, estupefacto, empezó a leer:

"Tu firme voluntad, constancia y poca ambición te han hecho ser elegido por mi amo, el Señor de las mil Bondades. Ven mañana a este mismo lugar y serás recompensado. Mi único poder es haberte transmitido este mensaje, porque yo sólo soy una lámpara vulgar y sin demasiado valor. Vuelve a puerto, véndeme en el mercado y así, esta noche, podrás cenar. ¡Y no te olvides! mañana regresa aquí, a las aguas de la Gran Ostra gigante"

Salim siguió al pie de la letra las indicaciones.

Una vez terminó la cena que le había proporcionado la venta de la lámpara, comenzó a pensar que la Diosa Fortuna empezaba a sonreirle y casi sin darse cuenta, esperanzado y rendido, se quedó profundamente dormido.

A la mañana siguiente, y cómo tenía por costumbre, a la salida del sol ya estaba navegando. En un santiamén se encontró en las aguas de siempre y tal era su ilusión... que echando ancla y red casi simultáneamente, se dispuso a esperar acontecimientos maravillosos.

Al poco rato, unas fuertes sacudidas en el bote le advirtieron de que algo grande tiraba de la red. Él también empezó a tirar energicamente de ella, ardía en deseos de poder contemplar su botín; pero su pequeño cuerpo, era incapaz de lograr subir la red ni siquiera un centímetro.

De pronto, empezó a soplar un fuerte viento, la vela de su bote se hinchó hasta casi reventar y la pequeña embarcación se puso rápidamente en movimiento hacia la costa, arrastrando tras ella el ancla y la red con la pesada y misteriosa carga.

El oportuno vendaval llevó a Salim sano y salvo hasta la playa, donde también quedó varada su barca. El muchacho saltó rápidamente al suelo y al volverse tuvo la impresión más grande de su vida.

La fuerza del vendaval... había expulsado también, por completo, su red fuera del agua, y dentro de ella se agitaba algo... ¡gigantesco!

Acercándose un poco con toda precaución, pudo ver de qué se trataba y... ¡era increible! Él, Salim, ¡había logrado capturar en su red a la Gran Ostra Gigante!

El enorme molusco abría y cerraba su enorme caparazón, como si quisiera engullir a su apresor. En su interior algo grande, y de color nacarado, se dejaba entrever ¡era una perla!, ¡una perla enorme!. Salim estaba estupefacto, no podía dar crédito a lo que veían sus ojos, pero recordó el mensaje de la lámpara: "Serás recompensado" ¡claro!, aquella, sin duda tenía que ser su ¡recompensa!

La Gran Ostra Gigante, estuvo unos minutos dando bruscas sacudidas y cuando parecía que la red ya no iba a poder soportar más tanta presión, el molusco empezó a perder fuerza, el muchacho sabía que fuera del mar la ostra no podía durar mucho tiempo y así fue, porque el molusco, de pronto, dio una especie de bostezo final y quedó completamente inmóvil. Salim, con toda precaución, se acercó a la ostra y con la ayuda del remo, hizo saltar la perla de su habitáculo, la cual, rodando suavemente, quedó quieta frente a él. El muchacho quedó maravillado por tanta belleza.

Con todas las fuerzas de las que era capaz, empezó a empujar la gran perla hacia su barca y una vez más, con la ayuda del remo, consiguió, con gran dificultad, subirla a bordo. Casi ni había tenido tiempo de sentarse, cuando súbitamente volvió a soplar el viento, pero esta vez... embarcación, pesca y muchacho, fueron empujados mar adentro.

Ya en alta mar, Salim no podía apartar su mirada de aquella fantástica perla, de pronto y cuando más ensimismado estaba, en el interior de la valiosa joya se transparentó, tenuamente, una silueta, que, ante los sorprendidos ojos del muchacho, hizo su presentación:

-Yo soy el Señor de las Mil Bondades. Mi amigo el Viento te llevará a un lejano país donde reina un buen califa. Al llegar a puerto, dirás a los soldados, que junto a la gran perla, te lleven ante su presencia y una vez allí te pondrás a su disposición. Tú lo ignoras, pero podrás servirle de gran ayuda al califa, tanto... como yo a ti, puesto que siempre que necesites consejo me hallarás dentro de la perla.

Tras esa revelación, la visión del genio, desapareció.

Salim obedeció y ello le permitió ayudar al amo de aquellas tierras. Gracias a su intervención y a la riqueza que le proporcionó la posesión de la magnífica perla, el califa gobernó a su pueblo con justicia, sabiduría y bondad, y entre sus gentes nunca se conoció la guerra, la pobreza, ni la tristeza.

Transcurrieron los años y un día Salim, decidió partir. Cuando el buen califa, que había albergado la esperanza de que el muchacho se quedaría siempre con él, le preguntó el motivo de su partida, Salim le respondió:

-Marcho para dar a conocer al mundo la bondad y la justicia que he aprendido de ti y del Señor de las mil Bondades, pero que no llore tu corazón, porque cada mes tendrás una visita mía.

Salim recorrió varias veces el mundo, transmitiendo sus enseñanzas y sembrando la bondad por todos los lugares que visitaba.

Cuentan los viejos escritos, que más adelante a Salim se le conoció por el nombre de: Simbad "el marino" que, en lenguaje indio significa, más o menos: "el enviado".




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